Llegué
tarde a casa. Venía de un día completo de viaje y en el refrigerador solamente
encontré unos vasos de yogur. Tomé el primero a la vista, lo comí y, luego de
una ducha, intenté dormir. Pero mi estómago no me dejaba. Algo me había
enfermado y sospeché que sería el yogur.
Confirmado.
Busqué el envase y la fecha de vencimiento ya había pasado. El yogur estaba
vencido.
El
aprendizaje estaba en evidencia. Debía tener la precaución de leer las letras
pequeñas. Pero la reflexión fue más allá.
En la
vida, los vencimientos no siempre son tan obvios. Como el envase no dice nada,
no nos detenemos a leer las letras pequeñas. A veces nos quedamos en “todo esta
bien”, pero no prestamos atención a los “no me siento bien”.
En la
vida, esas letras pequeñas se revelan en nuestro corazón. Cuando algo nos cae
mal o tiene mal sabor, al parecer sin razón, es posible que esté vencido. Puede
ser un trabajo, una relación en particular o alguna forma de ser que nos sirvió
el algún momento, pero debemos actualizar.
Por
eso, estemos atentos a lo que sentimos. La mente puede distraerse, pero el
corazón no miente. Si algo se siente mal, aunque luzca bien, revisemos las
letras pequeñas. Lo más probable es que ese ciclo ya esté concluido.
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